En los polígonos industriales de Puertollano y en las costas de Galicia, una revolución silenciosa está tomando forma. No se trata de paneles solares ni de aerogeneradores, sino de moléculas de hidrógeno que podrían redefinir el futuro energético de Europa. España, con su sol abrasante y sus vientos constantes, se ha convertido en el campo de batalla donde se decide si el hidrógeno verde será la próxima gran apuesta energética o simplemente otra promesa incumplida.
Lo que hace especial a este momento histórico es la convergencia perfecta entre necesidad geopolítica y oportunidad tecnológica. La guerra en Ucrania dejó al descubierto la vulnerabilidad europea frente al gas ruso, mientras que la caída en picado de los costes de las energías renovables ha hecho posible lo impensable: producir hidrógeno mediante electrólisis usando electricidad solar y eólica a precios competitivos. Según los datos más recientes, el coste de producción del hidrógeno verde ha caído un 60% desde 2010, y se espera que siga disminuyendo otro 30% para 2030.
Pero detrás de las cifras hay una realidad más compleja. Visitamos la planta de Iberdrola en Puertollano, donde 170.000 paneles solares alimentan el mayor electrolizador de Europa. José Luis, un ingeniero con 25 años de experiencia en el sector, nos explica mientras caminamos entre las instalaciones: "Hace cinco años esto era ciencia ficción. Hoy producimos hidrógeno a 4,5 euros el kilo, y para 2025 esperamos bajar a 2 euros. El problema no es técnico, es de escala". Su mirada se pierde entre los interminables campos de paneles, como si vislumbrara el futuro que se avecina.
La apuesta española no es casualidad. Nuestro país cuenta con la mayor capacidad de energía solar de Europa y la segunda en eólica. Además, posee una red de gasoductos que podría adaptarse para transportar hidrógeno, y puertos estratégicos como el de Algeciras y Bilbao preparados para convertirse en hubs de exportación. Alemania ya ha firmado acuerdos para importar hidrógeno español, y Francia mira con interés nuestros proyectos.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. En las oficinas de Bruselas, los funcionarios europeos advierten sobre los riesgos. "España tiene potencial para cubrir el 20% de la demanda europea de hidrógeno verde", nos comenta una fuente de la Comisión Europea que prefiere mantener el anonimato, "pero necesita resolver dos problemas críticos: la intermitencia de las renovables y la falta de infraestructura de transporte específica".
La intermitencia es precisamente el talón de Aquiles de las renovables. Cuando el sol no brilla y el viento no sopla, la producción se detiene. Aquí es donde el hidrógeno juega su papel más inteligente: puede almacenarse durante meses y utilizarse cuando sea necesario, algo imposible con la electricidad convencional. Es como tener una batería gigante que nunca se descarga.
En el norte de España, en la ría de Vigo, un consorcio formado por Repsol, Navantia y otros actores locales está desarrollando el primer corredor de hidrógeno para el sector marítimo. Hablamos con Carla, una joven ingeniera naval que lidera el proyecto: "Los buques son responsables del 3% de las emisiones globales. El hidrógeno puede cambiar eso. Estamos adaptando motores diésel para que funcionen con pilas de combustible de hidrógeno. Es caro, sí, pero los precios caen cada mes".
El aspecto más fascinante de esta transición es cómo está transformando regiones enteras. En Teruel, una zona castigada por el cierre de las minas de carbón, ahora se habla de convertirse en un hub de hidrógeno. Los mismos trabajadores que extraían carbón podrían estar pronto operando electrolizadores. Es la transición energética en su expresión más humana.
Pero no nos engañemos: los desafíos son formidables. Producir hidrógeno verde requiere enormes cantidades de agua dulce -nueve litros por cada kilo de hidrógeno- en un país donde la sequía es cada vez más frecuente. Además, la eficiencia del proceso completo -desde la electricidad renovable hasta el hidrógeno utilizable- ronda el 40%, lo que significa que perdemos más de la mitad de la energía original.
Los críticos argumentan que sería más eficiente usar directamente la electricidad renovable en lugar de convertirla en hidrógeno. Tienen razón, pero ignoran que muchos sectores -como la industria pesada, la aviación y el transporte marítimo- no pueden electrificarse fácilmente. El hidrógeno verde es la única solución viable para descarbonizar estos sectores.
Mientras escribo estas líneas, el gobierno español acaba de aprobar el PERTE del hidrógeno verde, un paquete de 1.500 millones de euros en ayudas directas que movilizará más de 8.900 millones en inversión privada. Es la apuesta más ambiciosa de Europa, y todo el continente nos observa.
El futuro se decide ahora, en estas tierras bañadas por el sol y azotadas por el viento. Si España acierta, no solo conseguirá independencia energética y reducirá sus emisiones, sino que se convertirá en el Arabia Saudí del hidrógeno verde. El premio es enorme, y el reloj no se detiene.
La revolución del hidrógeno verde: cómo España se posiciona como potencia europea
