Mientras España debate sobre paneles solares y molinos de viento, bajo nuestros pies late un gigante dormido que podría redefinir nuestro futuro energético. La geotermia profunda, esa gran desconocida de las renovables, está a punto de despertar con una fuerza que pocos imaginan. No hablamos de las tradicionales aplicaciones térmicas para calefacción, sino de algo mucho más ambicioso: generar electricidad a escala industrial aprovechando el calor del subsuelo profundo.
En las entrañas de la Península Ibérica se esconden temperaturas que superan los 150 grados a profundidades accesibles, especialmente en zonas como la Cuenca del Guadalquivir, la Cordillera Bética o la región volcánica de Olot. Los datos del Instituto Geológico y Minero de España revelan un potencial que podría cubrir hasta el 70% de la demanda eléctrica nacional, según estudios preliminares. Sin embargo, España apenas ha arañado la superficie de este recurso, mientras países como Islandia o Italia llevan décadas aprovechándolo intensivamente.
La tecnología EGS (Sistemas Geotérmicos Mejorados) está revolucionando el sector. Consiste en crear artificialmente reservorios geotérmicos donde la naturaleza no los había formado, inyectando agua a presión en rocas calientes pero secas. El agua se calienta y regresa a la superficie para mover turbinas. Proyectos piloto en Francia y Alemania han demostrado su viabilidad, y España cuenta con las condiciones geológicas perfectas para implementarlos a gran escala.
El mayor obstáculo no es técnico, sino regulatorio y de percepción pública. La legislación española trata la geotermia como un recurso minero, sometiéndola a trámites burocráticos que pueden durar años. Además, existe un desconocimiento generalizado sobre su seguridad y impacto ambiental, alimentado por mitos sobre posibles terremotos o contaminación de acuíferos. La realidad es que las plantas geotérmicas modernas tienen una huella ambiental mínima y operan las 24 horas del día, independientemente de las condiciones meteorológicas.
Las comunidades autónomas comienzan a despertar ante esta oportunidad. Andalucía ha lanzado su Estrategia de Geotermia 2023-2027, con una inversión prevista de 800 millones de euros. En Granada, un consorcio público-privado prepara la primera planta de geotermia profunda de la península, capaz de abastecer a 50.000 hogares. Mientras, en Canarias, donde el calor volcánico está cerca de la superficie, se acelera el desarrollo de proyectos que podrían hacer las islas energéticamente autosuficientes.
El impacto económico va más allá de la generación eléctrica. La geotermia puede revitalizar comarcas rurales afectadas por la despoblación, creando empleo cualificado y atrayendo industria intensiva en energía. Además, el calor residual de las plantas puede utilizarse para invernaderos de alta tecnología, acuicultura o district heating, creando ecosistemas económicos circulares.
Las grandes eléctricas españolas mantienen una actitud cautelosa, pero ya han comenzado a posicionarse. Iberdrola ha adquirido participaciones en startups geotérmicas nórdicas, mientras que Endesa explora sinergias con sus centrales térmicas en proceso de cierre. Los fondos de inversión especializados en transición energética han identificado la geotermia como la próxima frontera, con compromisos de capital que superan los 2.000 millones de euros para proyectos en España.
El verdadero potencial disruptivo de la geotermia podría estar en su capacidad para almacenar energía. Investigadores del CSIC trabajan en sistemas que utilizarían el subsuelo como una gigantesca batería térmica, almacenando excedentes de solar y eólica para liberarlos cuando sea necesario. Esta tecnología resolvería el talón de Aquiles de las renovables intermitentes y crearía un sistema energético realmente estable y flexible.
Los desafíos persisten: necesita inversiones iniciales elevadas, existe incertidumbre geológica hasta que se perfora, y requiere especialización técnica escasa en España. Pero los avances en sondeos direccionales, materiales resistentes a altas temperaturas y monitorización en tiempo real están reduciendo drásticamente los riesgos y costes.
Mientras Europa busca desesperadamente independencia energética, España tiene la oportunidad única de convertirse en potencia geotérmica. No requiere importar tecnología ni materias primas, genera empleo local y ofrece una solución base para la descarbonización. El calor que llevamos siglos pisando podría ser la llave que desbloquee nuestra soberanía energética. Solo falta la voluntad política y la audacia empresarial para aprovecharlo.
El océano de energía que se esconde bajo nuestros pies: la revolución geotérmica que cambiará España