En los polígonos industriales de Puertollano y las costas de Asturias, una revolución silenciosa está tomando forma. Torres de acero que escupen vapor se alzan donde antes solo había chimeneas de combustibles fósiles. España se está convirtiendo, casi sin que nos demos cuenta, en el epicentro europeo de la producción de hidrógeno verde, ese vector energético que promete descarbonizar sectores tan complejos como el transporte pesado o la industria química.
Lo que comenzó como proyectos piloto dispersos hoy suma inversiones de más de 15.000 millones de euros comprometidos. Iberdrola, Repsol, Enagás y un consorcio de empresas están desplegando electrolizadores a escala industrial en un movimiento coordinado que recuerda al despegue de las renovables hace dos décadas. La diferencia: esta vez España parte con ventaja.
El secreto está en nuestro mix energético. Con un 50% de generación renovable y precios solares entre los más bajos de Europa, la electrólisis -ese proceso que separa el hidrógeno del oxígeno del agua usando electricidad- se vuelve económicamente viable. Mientras Alemania importa hidrógeno desde Namibia y Chile, nosotros lo producimos en Teruel con fotovoltaica y en Galicia con eólica marina.
Pero la transición no está exenta de obstáculos. La infraestructura de transporte es el talón de Aquiles. Adaptar gasoductos existentes para transportar hidróno requiere inversiones millonarias y certificaciones de seguridad que aún están en desarrollo. Mientras, camiones cisterna recorren la A-2 llevando el preciado combustible a plantas que prueban sus primeros hornos de cemento alimentados con H2.
Los números cantan: cada electrolizador de 100 MW puede evitar 120.000 toneladas de CO2 anuales, el equivalente a plantar 2 millones de árboles. Pero el verdadero impacto está en la reindustrialización. La siderurgia de Sagunto, la cerámica de Castellón y la automoción de Navarra ya tienen proyectos avanzados para sustituir gas natural por hidrógeno verde.
La geopolítica también juega a nuestro favor. La guerra de Ucrania aceleró la necesidad europea de independencia energética, y el hidrógeno español aparece como alternativa a gas ruso y GNL estadounidense. Bruselas ha designado dos corredores de hidrógeno ibéricos como proyectos de interés común, abriendo acceso a fondos Next Generation.
Sin embargo, el escepticismo persiste entre algunos analistas. Advierten sobre el «hype» desmedido y recuerdan que el hidrógeno verde aún cuesta el triple que el gris (producido con gas). La respuesta está en las economías de escala: los precios caen un 15% anual y se espera paridad para 2030.
Mientras escribo esto, en Cartagena se inaugura la primera hidrogenera pública para camiones. El conductor me dice que su vehículo de pila de combustible hace el mismo recorrido que con diésel, pero «sin humo y en silencio». Quizás esa sea la verdadera revolución: no solo cambiar qué energía usamos, sino cómo la sentimos.
El camino no será fácil. Regulaciones cambiantes, competencia internacional y la necesidad de formar a miles de técnicos especializados son desafíos monumentales. Pero por primera vez, España no va a remolque de la transición energética. Va a cabez.
El hidrógeno verde: la revolución energética que está transformando España
