En los polígonos industriales de Puertollano y en los puertos de Valencia y Bilbao, una revolución silenciosa está tomando forma. No se trata de paneles solares ni de aerogeneradores, sino de moléculas de hidrógeno que podrían redefinir el futuro energético de Europa. España, con su sol abrasador y sus infraestructuras portuarias estratégicas, se ha convertido en el epicentro de una carrera que pocos ven pero que todos sentirán.
Mientras Alemania y Francia debaten sobre nuclear y carbón, nuestro país ha apostado por convertir el Mediterráneo en el nuevo Mar del Norte energético. Los proyectos HyDeal España y Catalina no son simples experimentos de laboratorio: son apuestas multimillonarias que conectan los parques solares de Teruel con las fábricas de acero de Asturias a través de tuberías que transportan lo que muchos llaman ya 'el petróleo del futuro'.
Lo que hace única esta transición es que no se trata solo de sustituir combustibles fósiles. El hidrógeno verde permite almacenar la energía solar y eólica que sobra cuando brilla el sol o sopla el viento, resolviendo así el talón de Aquiles de las renovables: su intermitencia. En la localidad ciudarrealeña de Puertollano, la planta de Iberdrola ya produce hidrógeno utilizando exclusivamente energía solar, alimentando así la fábrica de fertilizantes más grande de España.
Pero el verdadero juego geopolítico se está desarrollando en los puertos. El Corredor de Hidrógeno del Ebro pretende conectar Zaragoza con Marsella a través de una tubería submarina, mientras que el puerto de Valencia se prepara para convertirse en el hub de exportación hacia el norte de Europa. No es casualidad que las principales navieras estén diseñando ya buques capaces de transportar hidrógeno licuado a -253 grados centígrados.
Los números marean: España podría producir el 10% del hidrógeno verde de la UE para 2030, generando hasta 150.000 empleos según los cálculos más optimistas. Pero detrás de estas cifras hay realidades más complejas. Las comunidades autónomas compiten por los fondos europeos, las eléctricas libran batallas regulatorias y los ecologistas advierten sobre el consumo masivo de agua que requiere la producción de hidrógeno.
En el laboratorio de hidrógeno del Centro Nacional del Hidrógeno en Puertollano, los investigadores trabajan contra reloj para abaratar los costes de producción. Actualmente, producir un kilo de hidrógeno verde cuesta entre 3 y 6 euros, frente a menos de 2 euros del hidrógeno gris obtenido de gas natural. La clave está en los electrolizadores, esas máquinas que separan el agua en hidrógeno y oxígeno usando electricidad renovable.
Mientras tanto, en el norte de Europa observan con envidia nuestro potencial. Alemania, que necesita importar el 70% de su energía, ya ha firmado acuerdos con España para recibir hidrógeno a través de gasoductos reconvertidos. La dependencia energética que durante décadas nos ha debilitado podría convertirse en nuestra mayor fortaleza.
Pero no todo es color de rosa. La transición hacia el hidrógeno requiere inversiones mastodónticas en infraestructura: nuevas tuberías, plantas de licuefacción, barcos especializados. Y existe el riesgo de que, como ocurrió con la burbuja solar, acabemos subsidiando tecnologías que luego resulten no ser las más eficientes.
Lo que está claro es que España ha encontrado en el hidrógeno verde una oportunidad histórica para liderar una transición energética que otros países envidian. No se trata solo de cumplir con Bruselas o reducir emisiones: se trata de construir una nueva industria que podría definir nuestro papel en el mapa energético europeo de las próximas décadas. El tiempo dirá si supimos aprovechar la ventaja que la naturaleza y la geografía nos han dado.
El hidrógeno verde: la revolución energética que España está liderando en Europa