El lado oscuro de las renovables: los conflictos que nadie cuenta
Mientras los titulares celebran récords de energía solar y eólica, una realidad paralela se desarrolla en los territorios donde se instalan estos proyectos. En Extremadura, agricultores ven cómo sus tierras de secano, que durante generaciones han producido cereales y olivos, son arrendadas a fondos de inversión para instalar paneles solares. 'Nos ofrecen 1.200 euros por hectárea al año, cuando nosotros sacamos 300 con el cultivo', explica Juan, un labrador de 58 años que prefiere no dar su apellido. 'Pero ¿qué haremos cuando se acabe el contrato en 25 años? La tierra quedará inservible'.
Este fenómeno, conocido como 'acaparamiento verde', está transformando el paisaje rural español. Grandes corporaciones energéticas y fondos de inversión internacionales están comprando o arrendando miles de hectáreas, creando una nueva forma de colonialismo energético. Los municipios reciben promesas de empleo y desarrollo, pero la realidad suele ser diferente: los puestos de trabajo son temporales durante la construcción y el mantenimiento requiere pocas manos.
Mientras tanto, en el mar, la eólica offshore enfrenta sus propios demonios. Los pescadores artesanales de Galicia y Cantabria llevan meses protestando contra los parques eólicos marinos proyectados. 'Nos quitan las mejores zonas de pesca, donde hemos trabajado toda la vida', denuncia Manuel, patrón de una pequeña embarcación en Ribeira. Las administraciones hablan de transición justa, pero los afectados sienten que la justicia brilla por su ausencia.
La paradoja se hace más evidente cuando analizamos la cadena de suministro. Los paneles solares que instalamos en España proceden en su mayoría de China, donde la fabricación depende en gran medida del carbón. Los aerogeneradores requieren toneladas de acero, cobre y tierras raras, cuya extracción genera graves impactos ambientales y sociales en países como Chile, Congo o Mongolia. ¿Podemos llamar 'limpia' a una energía cuyo proceso productivo contamina otros territorios?
En el ámbito urbano, la democratización energética prometida por las comunidades energéticas tropieza con barreras burocráticas y financieras. María, presidenta de una comunidad de vecinos en Valencia que quiere instalar paneles solares compartidos, lleva ocho meses intentando superar los trámites. 'Necesitamos un permiso de la comunidad, otro del ayuntamiento, la conexión a la red, financiación... Es un laberinto diseñado para que solo las grandes empresas puedan jugar'.
La transición energética también está reconfigurando el mapa geopolítico. España aspira a convertirse en hub del hidrógeno verde para Europa, pero este vector energético presenta sus propias sombras. La producción de hidrógeno mediante electrólisis requiere enormes cantidades de agua y electricidad renovable, compitiendo con otros usos esenciales. Además, su transporte y almacenamiento plantean desafíos técnicos y de seguridad aún no resueltos.
En el corazón de esta transformación late una pregunta incómoda: ¿estamos sustituyendo un modelo energético centralizado y contaminante por otro igualmente centralizado pero con mejor marketing? Las grandes eléctricas españolas, que durante décadas quemaron carbón y gas, son ahora las principales promotoras de renovables. Han cambiado de combustible, pero no de modelo: siguen concentrando la producción, la distribución y los beneficios.
Frente a este panorama, surgen alternativas que buscan una transición realmente transformadora. Cooperativas como Som Energia o Goiener demuestran que es posible un modelo descentralizado, democrático y arraigado en el territorio. Municipios como Rubí o Pamplona están recuperando el control de sus redes eléctricas. Y cada vez más ciudadanos exigen no solo energía limpia, sino también justa.
La verdadera revolución energética no está en los megavatios instalados, sino en quién los controla y para qué sirven. Mientras las estadísticas nos hablan de porcentajes y objetivos, en los territorios se libra una batalla por el significado mismo de la sostenibilidad: ¿será un negocio más para unos pocos o una oportunidad para construir un modelo energético más democrático, distribuido y justo?
El camino hacia las renovables está lleno de buenas intenciones, pero como en toda gran transformación, el diablo está en los detalles. Y esos detalles tienen nombres concretos: Juan, Manuel, María. Personas cuyas vidas están siendo transformadas por una transición que prometía beneficios para todos, pero que corre el riesgo de reproducir las mismas desigualdades que decía combatir.
Este fenómeno, conocido como 'acaparamiento verde', está transformando el paisaje rural español. Grandes corporaciones energéticas y fondos de inversión internacionales están comprando o arrendando miles de hectáreas, creando una nueva forma de colonialismo energético. Los municipios reciben promesas de empleo y desarrollo, pero la realidad suele ser diferente: los puestos de trabajo son temporales durante la construcción y el mantenimiento requiere pocas manos.
Mientras tanto, en el mar, la eólica offshore enfrenta sus propios demonios. Los pescadores artesanales de Galicia y Cantabria llevan meses protestando contra los parques eólicos marinos proyectados. 'Nos quitan las mejores zonas de pesca, donde hemos trabajado toda la vida', denuncia Manuel, patrón de una pequeña embarcación en Ribeira. Las administraciones hablan de transición justa, pero los afectados sienten que la justicia brilla por su ausencia.
La paradoja se hace más evidente cuando analizamos la cadena de suministro. Los paneles solares que instalamos en España proceden en su mayoría de China, donde la fabricación depende en gran medida del carbón. Los aerogeneradores requieren toneladas de acero, cobre y tierras raras, cuya extracción genera graves impactos ambientales y sociales en países como Chile, Congo o Mongolia. ¿Podemos llamar 'limpia' a una energía cuyo proceso productivo contamina otros territorios?
En el ámbito urbano, la democratización energética prometida por las comunidades energéticas tropieza con barreras burocráticas y financieras. María, presidenta de una comunidad de vecinos en Valencia que quiere instalar paneles solares compartidos, lleva ocho meses intentando superar los trámites. 'Necesitamos un permiso de la comunidad, otro del ayuntamiento, la conexión a la red, financiación... Es un laberinto diseñado para que solo las grandes empresas puedan jugar'.
La transición energética también está reconfigurando el mapa geopolítico. España aspira a convertirse en hub del hidrógeno verde para Europa, pero este vector energético presenta sus propias sombras. La producción de hidrógeno mediante electrólisis requiere enormes cantidades de agua y electricidad renovable, compitiendo con otros usos esenciales. Además, su transporte y almacenamiento plantean desafíos técnicos y de seguridad aún no resueltos.
En el corazón de esta transformación late una pregunta incómoda: ¿estamos sustituyendo un modelo energético centralizado y contaminante por otro igualmente centralizado pero con mejor marketing? Las grandes eléctricas españolas, que durante décadas quemaron carbón y gas, son ahora las principales promotoras de renovables. Han cambiado de combustible, pero no de modelo: siguen concentrando la producción, la distribución y los beneficios.
Frente a este panorama, surgen alternativas que buscan una transición realmente transformadora. Cooperativas como Som Energia o Goiener demuestran que es posible un modelo descentralizado, democrático y arraigado en el territorio. Municipios como Rubí o Pamplona están recuperando el control de sus redes eléctricas. Y cada vez más ciudadanos exigen no solo energía limpia, sino también justa.
La verdadera revolución energética no está en los megavatios instalados, sino en quién los controla y para qué sirven. Mientras las estadísticas nos hablan de porcentajes y objetivos, en los territorios se libra una batalla por el significado mismo de la sostenibilidad: ¿será un negocio más para unos pocos o una oportunidad para construir un modelo energético más democrático, distribuido y justo?
El camino hacia las renovables está lleno de buenas intenciones, pero como en toda gran transformación, el diablo está en los detalles. Y esos detalles tienen nombres concretos: Juan, Manuel, María. Personas cuyas vidas están siendo transformadas por una transición que prometía beneficios para todos, pero que corre el riesgo de reproducir las mismas desigualdades que decía combatir.